El oscurantismo ideológico en la vida como en las artes
POR Zoé Valdés/Diario Las Américas.
El oscurantismo, palabra que evoca épocas de tinieblas y censura, es un fenómeno que trasciende los límites históricos para instalarse, una y otra vez, en diversos ámbitos humanos: la vida cotidiana, la política, la ciencia y, por supuesto, las artes. Pero ¿qué entendemos realmente por oscurantismo ideológico? ¿Cómo se manifiesta en nuestra existencia y en las expresiones artísticas? Intentaré explicar el concepto, sus raíces, sus manifestaciones y sus consecuencias, invitando a una reflexión crítica sobre su presencia, a menudo inadvertida, en nuestra sociedad, en la vida cotidiana, en las artes, en la literatura y hasta en santuarios como son los museos.
El oscurantismo, en su acepción más general, hace referencia a la tendencia deliberada de restringir el acceso al conocimiento, promoviendo la ignorancia y el dogmatismo. El oscurantismo es básicamente ignorancia. Históricamente, se asocia con períodos en los que el poder —ya sea religioso, político o social— ha impedido la libre circulación de ideas. El oscurantismo ideológico, por tanto, es la negación de la pluralidad de pensamientos, la imposición de una visión única y la resistencia a la crítica y al cuestionamiento. Y cuando el poder —desde cualquier escaño que se ejerza— es sumamente ignorante, el oscurantismo será todavía peor.
En la vida diaria, el oscurantismo se camufla bajo actitudes cerradas, prejuicios y creencias inamovibles. Se manifiesta cuando se rechazan nuevas ideas sin analizarlas, cuando se descalifica a quien piensa diferente o cuando se replican discursos sin cuestionar su origen ni su veracidad. Es el miedo al cambio, el apego a tradiciones sin sentido y sin basamento real y la sumisión ante autoridades que dictan lo que debe ser creído. Celia Cruz comentó en una ocasión, al preguntársele, que ella no tenía nada que ver con ejercer la santería; sin embargo, le cantó a los orishas como nadie. Se llama transculturación a la medida.
El oscurantismo ideológico también se expresa en la manipulación de la información, en la censura de libros, películas o discursos, y en la negación de derechos fundamentales en nombre de valores supuestamente superiores. Así, la vida social y política puede verse contaminada por corrientes oscurantistas que dificultan el avance democrático y el desarrollo intelectual de los individuos. Detrás de un censor hay invariablemente un oscurantista, un extremista ideológico.
Las artes, por su naturaleza cuestionadora y transformadora, han sido tradicionalmente blanco del oscurantismo. Desde la quema de libros considerados heréticos hasta la censura de obras pictóricas, musicales o teatrales, el poder ha intentado silenciar aquellas expresiones que desafían el statu quo o invitan a la reflexión crítica.
El oscurantismo artístico no solo consiste en prohibir o destruir obras; también se manifiesta en la autocensura, cuando los creadores temen represalias y evitan abordar temas polémicos. Además, puede presentarse en la banalización del arte, reduciéndolo a un mero instrumento de propaganda o entretenimiento sin profundidad, e inclusive denominándolo satanismo, cuando no hay nadie más satánico que un ignorante con poder político.
Las consecuencias del oscurantismo son profundas y duraderas. Al limitar el acceso al conocimiento y alentar la intolerancia, se frena el progreso social, científico y cultural. Sociedades sometidas al oscurantismo suelen ser menos innovadoras, menos democráticas y más propensas a la violencia y al fanatismo.
En el ámbito artístico, el oscurantismo empobrece la creatividad y priva a la humanidad de obras que podrían enriquecer su patrimonio cultural. La censura y la persecución de artistas han dejado huellas imborrables en la historia, recordándonos la fragilidad de la libertad de expresión.
La lucha contra el oscurantismo es una tarea constante. Implica fomentar el pensamiento crítico, defender la libertad de expresión y promover la educación pluralista. En la vida y en las artes, es fundamental abrir espacios al diálogo, a la diversidad y a la creación sin trabas. Sólo así, reconociendo y combatiendo las manifestaciones del oscurantismo ideológico, podremos aspirar a una sociedad más luminosa, donde el conocimiento y la creatividad florezcan sin temores ni remordimientos estúpidos.
El oscurantismo, lejos de ser un vestigio del pasado, sigue presente en múltiples formas en la actualidad. Identificarlo y enfrentarlo es tarea de todos: ciudadanos, educadores, artistas y líderes. La luz del conocimiento y la libertad son, en definitiva, el antídoto más eficaz contra las sombras del oscurantismo, que no es más que la imbecilización de la sociedad, y la inmovilidad hacia el futuro.
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