Terrorismo intelectual y deshonestidad política

Si la sociedad aspira a recuperar el debate genuino y la confianza pública, será necesario desenmascarar no sólo las redes de poder político desde los medios públicos, sino también los mecanismos internos que transforman a comunicadores en peones de campañas ideológicas

 


POR ZOE VALDES

El ensayista francés Jean Sévillia se pregunta en su libro El Terrorismo Intelectual. Desde 1945 hasta nuestros días lo siguiente: «¿Es Francia realmente la tierra de la libertad de ideas de la que se presume? Francia, dicen al menos, es tierra de la libertad. En el ámbito de las ideas, esto está por demostrar. Porque en el panorama político, cultural y mediático, todo sucede como si un pequeño círculo albergara la verdad. En 1950, las élites ensalzaron a Stalin. En 1960, aseguraron que la descolonización traería felicidad al extranjero. En 1965, se encapricharon con Mao y Fidel Castro. En 1968, soñaron con abolir todas las restricciones sociales. En 1975, celebraron la victoria del comunismo en Indochina. En 1981, creyeron que estaban dejando la oscuridad para entrar en la luz. En 1985, proclamaron que Francia debía acoger a los desfavorecidos de todo el mundo. En la década de 1990, estas mismas élites afirmaron que la era de las naciones, las familias y las religiones había terminado. Durante cincuenta años, quienes se resistieron a este discurso fueron desacreditados, y los hechos que contradecían la ideología dominante se ocultaron. Esto es terrorismo intelectual. Al practicar la amalgama, la difamación y la caza de brujas, este mecanismo totalitario obstaculiza cualquier debate genuino sobre cuestiones que afectan al futuro».

El libro ha sido reactualizado y reeditado con gran éxito bajo el título Los nuevos hábitos del terrorismo intelectual.

El tema se ha vuelto todavía más relevante a raíz de la divulgación en un café de una conversación grabada clandestinamente entre periodistas de izquierda del audiovisual ('odiovisual', le llaman) público pagado por los contribuyentes y políticos socialistas franceses organizando estrategias tramposas para evitar que la derecha tome el poder y sobre todo maniobrando y conspirando en contra de Rachida Dati, política de 'Les Républicains', candidata a la alcaldía de París y actual ministra de Cultura.

La publicación L’Incorrect publicó grabaciones de vídeo no autorizadas de una conversación mantenida el 7 de julio entre los dos periodistas y dos dirigentes del Partido Socialista (PS). En ellas se ve al Sr. Thomas Legrand, columnista de Libération, y al Sr. Patrick Cohen, quien colabora cada noche en el programa C à vous de France 5, sentados en un café parisino con Luc Broussy, presidente del consejo nacional del Partido Socialista, y el eurodiputado socialista Pierre Jouvet. Según uno de los fragmentos difundidos, Legrand manifestó: «Estamos haciendo lo necesario por [Rachida] Dati, Patrick [Cohen] y yo». Y es que esta es la realidad del periodismo actual en Francia, y no sólo en Francia.

En lo personal pudiera escribir un libro de la cantidad de veces en que la prensa, tanto de izquierda como de derecha, ha contribuido a mi derrumbe profesional, primero por anticastrista, después por anticomunista, por último por pro occidental y pro España. Pero, todo a su tiempo.

Resulta imprescindible señalar que la deshonestidad política, aunque suele atribuirse con mayor frecuencia a la izquierda, no es patrimonio exclusivo de ningún espectro ideológico; de hecho, la derecha también la practica, aunque con estilos y estrategias menos visibilizados por los medios dominantes. Sin embargo, lo que permanece bajo un velo de escepticismo en la percepción pública es el papel de algunos periodistas, cuya supuesta neutralidad se ve comprometida al convertirse en actores activos dentro de campañas políticas, muchas veces a favor de agendas radicalizadas de izquierda.

La politización del periodismo, lejos de ser una teoría conspiratoria, se revela en hechos concretos: acciones coordinadas, estrategias comunicativas y alineamientos tácitos entre figuras mediáticas y líderes partidistas. Estos periodistas, lejos de limitarse a informar, se transforman en arquitectos del relato, capaces de influir en la opinión pública y manipular el debate para favorecer determinados intereses. Comprados o convencidos, contribuyen a la agudización de la polarización, convirtiendo el espacio informativo en terreno de combate ideológico.

Aun así, la compra de voluntades dentro del periodismo no es exclusiva de la izquierda. La derecha, desde sus propias trincheras, también moviliza influencias y recursos, aunque la maquinaria mediática internacional tienda a silenciar o minimizar tales prácticas. Lo inquietante es que, ante la proliferación de periodistas militantes, el público lector o espectador ha dejado de confiar en la prensa como garante de verdad y pluralidad, percibiéndola cada vez más como instrumento de propaganda.

En este contexto, la figura del periodista independiente se convierte en rara avis, y la exigencia de transparencia y honestidad informativa se vuelve urgente. Si la sociedad aspira a recuperar el debate genuino y la confianza pública, será necesario desenmascarar no sólo las redes de poder político desde los medios públicos, sino también los mecanismos internos que transforman a comunicadores en peones de campañas ideológicas.


TOMADO DE Zoé Valdés | Terrorismo intelectual y deshonestidad política

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